Dall'articolo si capisce che gli spagnoli non hanno mai digerito che nel 1982 l'Italia abbia vinto a casa loro il Mondiale di Calcio, anche se da allora è indubbio che le due Nazioni si siano emotivamente avvicinate.
Nell'articolo il calciatore pratese è definito senza grandi doti tecniche e visto, nel bene e nel male, in modo molto più oggettivo che da noi, tant'è che risultano ben evidenziate anche i problemi che Pablito ebbe a causa delle vicende del calcio scommesse denominate Totonero.
Nessuno, né chi lo idealizza né chi acidamente ne ridimensiona la figura, punta però il dito sul fatto che troppi calciatori muoiono "presto".
Il calciatore Carlo Petrini (che scrisse Nel fango del dio pallone) ne attribuiva il motivo al fatto che i calciatori erano (sono?) costretti all'assunzione di droghe per migliorare le loro prestazioni e ciò causerebbe, come fece con lui pochi anni fa, ugualmente morto a 64 anni, cancro e altre malattie mortali.
Paolo Rossi, el triunfo del futbolista corriente. El exdeportista italiano, héroe del Mundial de 1982 que ganó Italia, ha muerto a los 64 años.
La tarde del 5 de julio de 1982, ante
44.000 espectadores apretados en las gradas del viejo estadio de Sarrià de
Barcelona, un tipo corriente, sin grandes dotes técnicas, hizo llorar a toda
una nación como Brasil. El toscano Paolo Rossi, que había vuelto a jugar pocas
semanas antes, después de una descalificación de dos años, le metió tres goles a una de las mejores selecciones de la historia —Zico,
Falcao, Socrates, Júnior, Eder…— y clasificó a una Nazionale por la que nadie
daba una lira días antes para la fase final del Mundial de España. Fue el
preludio de una catarsis nacional tan inesperada como tremendamente feliz para
toda una generación. Pablito, tal y como se le conoció ya siempre en Italia
después de aquella gesta española, falleció de madrugada a los 64 años a causa
de una enfermedad incurable, según comunicó su esposa.
Los jugadores no deberían marcharse
antes que los entrenadores, recordaba por la mañana el técnico Giovanni
Trapattoni. Pero la ley de vida también es papel mojado en el fútbol en este
2020 de pandemia. Italia ha perdido en pocos días a dos de sus grandes ídolos.
Uno era argentino y exótico en todas sus costumbres. El otro, el hombre que
destrozó a una todopoderosa Brasil y se coronó como mejor jugador del Mundial
de 1982, era un ejemplo de normalidad para toda Italia. El primer ministro,
Giuseppe Conte, lo ha recordado así: “El símbolo de una Italia unida y tenaz
capaz de batir a adversarios de enorme calibre”. Todo un retrato de un cierto
realismo mágico italiano. “Parecía imposible y, sin embargo, volaba” lo ha
definido el ex primer ministro Enrico Letta.
En Italia todo el mundo tiene un conocido
que se llama Paolo Rossi. Un nombre y un apellido bastante comunes que, unidos,
podrían ser la definición perfecta del hombre corriente. Y eso fue el héroe
inesperado del Mundial de 1982 en España para Italia. En un campeonato donde la
Nazionale no era favorita, Rossi se convirtió en el jugador más determinante
del tercer Mundial que conquistaba Italia en su historia (el primero de la era
moderna). En la final, en el Bernabéu y frente a Alemania Federal, también
marcó un tanto para el triunfo por 3-1. ¿Cómo lo hacía? Una vez le reveló al
periodista Maurizio Crosetti qué mensaje le hubiera gustado introducir en una
botella y lanzar al mar para que los jóvenes leyesen en el futuro, cuando él ya
no estuviese: “Yo no era un fuera de serie, ni un portento físico. Era uno del
montón, normal, que lo consiguió poniendo sus cualidades al servicio de la
voluntad”.
La vida de Rossi fue una montaña rusa
marcada por los grandes éxitos y el descenso a los infiernos. Por el esplendor
de la hierba de los mejores estadios, al barro de las canchas provinciales del
Como, donde tuvo que foguearse porque la Juve no confiaba en él, o el Perugia y
el Vicenza, lugar donde cambió su suerte. Ahí Gibì Fabri le cambió de posición
y lo situó en el centro de la delantera, y los goles comenzaron a caérsele de
los bolsillos. Marcó 24 goles y el Vicenza quedó segundo la temporada 1977/78,
por detrás de la Juventus. Se convirtió en el jugador que querían todos los
equipos.
Pero no solo en la Serie A. Enzo Bearzot, que entonces dirigía a la Nazionale se dio
cuenta de que era la pieza que le faltaba a la selección para hacer algo
importante en el Mundial de Argentina. Sentó a las estrellas de la época y le
puso en el 11. Pero Italia solo logró presentar su candidatura para el
campeonato que llegaría cuatro años después.
La montaña rusa volvió a activarse en
ese lapso de tiempo, y Rossi se vio envuelto en un escándalo de apuestas,
conocido como Totonero. El jugador había sido traspasado al Perugia
después de que el Vicenza bajase a Serie B y fue acusado por haber participado
en el amaño del Avellino-Perugia. Fue arrestado tras un partido contra la Roma
en el Olímpico y procesado junto a otros jugadores. El Milan y el Lazio fueron
descendidos a la Serie B y Rossi fue inhabilitado durante dos años, en los que
se perdió el Campeonato Europeo de 1980. Él siempre defendió su inocencia y
aseguró que fue víctima de una conjura. Pero se quedó en dique seco hasta el
Mundial de España en 1982.
Bearzot, que le había llevado a
Argentina cuatro años antes, volvió a confiar en él, pese a que no tenía ritmo
de competición y había en Italia jugadores como Roberto Pruzzo, que había
marcado 21 goles con la Roma y no subió al avión pese a ser el pichichi de la
Serie A. En la primera fase, Italia jugó mal, solo sumó tres puntos y dos goles
y estuvo a punto de quedar eliminada. Las críticas a Rossi fueron demoledoras.
“Un fantasma en el campo”, llegaron a escribir de él. Hasta que llegó la
segunda fase.“Yo era veloz, técnico, intuitivo, trataba de anticiparme a las
intenciones del compañero y robarle el tiempo al contrario”, dijo a
EL PAÍS en una entrevista en 2010. “Fuimos un equipo muy fiable, que jugaba de
memoria, de manera coral, como ante Argentina, Polonia, Brasil y Alemania. Tal
vez la mejor Italia de todos los tiempos. La que dejó un estilo, una manera de
jugar que no han dejado otros campeones”.
La Juventus le redimió tras aquel torneo
de sus pecados en Italia. Con la Vecchia Signora ganó
dos scudetti, una Copa Italia y perdió una final de Copa de Europa.
En 1985, firmó por el Milan. Un año después fue convocado para el Mundial, pero
no pudo disputar ningún partido debido a una lesión. Tras la cita mundialista
de 1986, fichó por el Verona y se retiró en 1987.
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